

¿Las miradas incómodas y la atención no deseada te hacen sentir mal? Descubre cómo manejarlas sin perder tu esencia. Obtén consejos reales y experiencias auténticas para fortalecer tu confianza y proteger tu espacio personal . ¡Reafirma tu seguridad hoy mismo!
A veces no es necesario que alguien diga una palabra para incomodarte. Basta con una mirada fija, un silencio que se prolonga más de lo socialmente aceptable, una presencia que se siente como un peso sobre la piel. Es molesto cómo algunas personas se permiten invadir nuestro espacio con sus ojos, sin motivo ni pudor, como si sus ganas de observarnos fueran más importantes que nuestro derecho a no ser observadas. Como si sus problemas justificaran incomodarnos. Como si fuéramos un espejo dispuesto a reflejar sus vacíos.
Angelique y yo, dos almas más dadas a la introspección que al ruido, cargamos con una incomodidad casi cotidiana. Nos preguntamos qué es lo que provoca ese fenómeno: ¿Será el cabello rizado, salvaje y voluminoso que no pide permiso para destacar? ¿Será la mezcla de culturas que llevamos en la sangre, esa herencia mestiza que despierta miradas cargadas de preguntas no formuladas? ¿O será que vestimos con un lenguaje visual propio, cultivado a conciencia, en una sociedad que insiste en copiar y pegar sin descanso?
Una sola mirada puede sentirse como una invasión. Más de dos segundos sosteniéndola, y comenzamos a desmenuzar gestos, tensiones, microexpresiones. No porque queramos, sino porque así somos: observadoras hasta el hueso. Y esa misma habilidad que nos hace perspicaces se vuelve una carga cuando notamos que alguien nos observa sin tregua.
Cuando sentimos esos ojos fijos en nosotras, nuestro cuerpo reacciona antes que la mente: bajamos la mirada, apretamos los labios, cubrimos parte del rostro con el ala del sombrero o el cuello del abrigo. Es un gesto automático, como encogerse ante el frío. Lo hemos hecho tantas veces que ya no lo pensamos. Solo lo sentimos. La mirada ajena pesa. Y cuando esa atención se vuelve insistente, cuando no cesa, entonces se transforma en angustia.
Muchas de nuestras salidas se ven entorpecidas por ese tipo de atención no solicitada. Hemos llegado a regresar antes de tiempo, con dolor de cabeza, con los hombros tensos por la acumulación de incomodidad. Hay días en que quisiéramos gritar: “¡Dejen de mirarnos como si fuéramos una vitrina ambulante!”. Pero nunca lo hacemos. Solo nos miramos entre nosotras, con esa complicidad silenciosa que basta para decir: “Ya está pasando otra vez”.
Lo paradójico es que si somos nosotras quienes miramos, muchas personas se sienten evaluadas. Y no están tan erradas, porque la mirada que ofrecemos no es pasiva. No juzgamos, pero sí analizamos. Sin embargo, nunca con malicia. Sabemos que somos humanas y falibles, más que nadie.
Nosotras no queremos ser el foco de nadie. Queremos caminar en paz, ser parte del fondo, no del espectáculo. Porque cuando alguien te mira con insistencia, no solo te despoja de la privacidad: te vuelve objeto. Y hay algo profundamente violento en eso.
En definitiva, este es un intento por ofrecer un respiro a quienes sienten lo que nosotras sentimos. Porque la mirada de los otros no debería ser una carga, sino una elección. Y si no podemos controlar los ojos que nos observan, al menos podemos fortalecer la forma en que nos sostenemos ante ellos.
Antes de continuar con esta entrada, te queremos regalar una serie de consejos.
No son fórmulas mágicas ni frases hechas. Son aprendizajes que han nacido de la experiencia, del cansancio, del ensayo y error, de mirarnos a los ojos en los días difíciles. Los compartimos contigo no como verdades absolutas, sino como pequeños faros para cuando sientas que la incomodidad del mundo pesa más de lo tolerable. Tal vez alguno te abrace. Tal vez otro te haga recordar lo que ya sabías pero habías olvidado. Están aquí para ti.
A veces basta con salir a la calle para que el cuerpo entre en alerta. No es paranoia. Es memoria. Es el recuerdo acumulado de momentos en los que nos hemos sentido expuestas sin desearlo. Donde el simple hecho de ocupar un espacio parece molestar. Donde el silencio de quienes miran es más elocuente que cualquier palabra.
Y cuando eso ocurre, nuestro cuerpo responde con señales silenciosas: una respiración contenida, los hombros que se tensan sin que lo notemos, las manos que buscan distraerse en algo —una costura, el asa de la bolsa, una libreta abierta que no estamos realmente leyendo—. Esos son los pequeños gestos que no se ven, pero que cargan todo el peso de nuestra incomodidad.
Hay días en los que deseamos ser fondo, desenfocarnos, convertirnos en una sombra más entre la multitud. No porque no amemos quiénes somos, sino porque simplemente estamos cansadas. Cansadas de tener que justificar nuestra presencia, nuestro cuerpo, nuestro estilo. Cansadas de sentirnos en deuda con la expectativa ajena. Cansadas de fingir que no nos afecta lo que sí nos afecta.
Y sin embargo, no nos rendimos.
Nos repetimos cada mañana —aunque sea en voz baja o frente al espejo empañado— que merecemos existir con libertad. Que el mundo también debe aprender a mirar con respeto, sin convertir a los demás en espectáculos. Que tenemos derecho a protegernos, aunque sea retirando la mirada, aunque sea alejándonos sin dar explicaciones.
Porque resistir no siempre se ve heroico. A veces, resistir es simplemente elegir el silencio. Elegir no responder a una provocación. Elegir quedarse en casa, o al contrario, salir sabiendo que puede volver a pasar. Elegir ponerte ese sombrero que te hace sentir a salvo. Elegir mirarte al espejo y no verte a través de los ojos de nadie más.
A quienes nos leen, queremos decirles algo que nos habría gustado escuchar más seguido:
No estás exagerando. No estás sola. No estás equivocada por sentirte invadida.
Tienes derecho a sentirte incómoda. A no querer ser mirada. A no responder sonrisas si no te nacen. A vivir sin tener que ser el centro de ningún escenario.
Antes de continuar, queremos hacerte una pregunta.
O mejor dicho, varias. Porque aunque este espacio nace de nuestra experiencia, también está hecho para escucharte. Lo que sentimos no es exclusivo ni aislado. Lo que a veces creemos que solo nos ocurre a nosotras, en realidad se repite en muchos rincones del mundo, en distintos cuerpos, en distintas voces.
Estas preguntas no buscan respuestas perfectas. Solo invitan a la reflexión, al diálogo honesto, al intercambio real. Si alguna de ellas resuena contigo, te leemos con el corazón abierto.
Porque la belleza no debería ser un motivo de vigilancia. Ni la diferencia, una excusa para la incomodidad ajena. Porque cada quien lleva sus propias batallas, sus propias cicatrices, sus propias razones para caminar en silencio.
Y si al compartir esto conseguimos que una sola persona se sienta comprendida, entonces habrá valido la pena cada palabra escrita. Porque de eso se trata este espacio: de cuidarnos, de hablarnos con honestidad, de no dejar que el juicio ajeno silencie nuestras voces.
Porque al final del día, lo que más deseamos no es desaparecer, sino existir sin tener que explicarnos. Sin tener que justificar cada gesto, cada elección estética, cada silencio. No queremos ser invisibles, pero tampoco queremos ser exhibidas. Lo que queremos es respirar tranquilas, caminar con paso firme sin que cada mirada se convierta en una interrupción.
Y mientras eso llega, mientras el mundo aprende —si es que aprende— a no traspasar límites que no le pertenecen, nosotras seguiremos construyendo pequeñas trincheras donde sentirnos a salvo. Un sombrero ancho que nos cubre como un escudo. Un abrigo largo que nos arropa cuando el juicio pesa. Una canción a medio cantar que nos regresa a casa, aunque estemos lejos. Un cuaderno viejo donde escribir todo lo que no decimos. Un par de ojos cómplices, como los de mi hermana, que me dicen sin hablar: “Aquí estás bien”.
También estamos aprendiendo a mirar distinto. A no cargar con miradas que no pedimos. A no permitir que el mundo nos convierta en un escenario que no elegimos protagonizar. Y eso, aunque parezca pequeño, también es una forma de valentía.
A ti, que estás leyendo esto desde tu rincón, queremos decirte:
Estás bien como eres. No necesitas cambiar para agradar, para encajar, para evitar la atención no deseada.
Tu autenticidad, aunque cause ruido en otros, no es un error. Es tu manera de ser libre.
Y si alguna vez sientes que ya no puedes con la presión, recuerda que no estás sola. Nosotras también hemos estado ahí, y aún seguimos aprendiendo a estar.
A veces la libertad se parece mucho a la quietud. A la posibilidad de caminar sin sentirte examinada. A la calma que nace de saberse vista solo por quien realmente importa: tú misma.
Así que cuida tu espacio. Defiéndelo, si hace falta. Huye de lo que te quita paz. Rodéate de lo que te devuelva tu centro. Y nunca olvides lo más importante: tu presencia no necesita ser aprobada para ser válida.
Hay textos que no se escriben con las manos, sino con lo que duele. Palabras que nacen de silencios sostenidos, de miradas incómodas, de esos momentos en los que una preferiría volverse invisible antes que ser observada sin permiso.
La entrada “El peso de las miradas que no pedimos” no fue pensada como una simple publicación. Fue —y sigue siendo— un refugio, una conversación entre hermanas que necesitaba salir del cuerpo para poder respirar. Es también un lugar donde otras pueden reconocerse, donde los límites y la incomodidad encuentran nombre.
En esta entrevista, decidimos hablar desde adentro. No con frases vacías, sino con esa sinceridad que solo se permite cuando una se sabe a salvo. Hablamos del texto, sí. Pero también de lo que lo provocó, de lo que lo sostuvo, y de cómo Angelica convirtió todo eso en ilustraciones que también cuentan.
Porque a veces, lo que no se dice con palabras, se dibuja. Y lo que no se dibuja, se siente.
Entrevistador: Este artículo nace de una experiencia compartida, íntima y cotidiana. ¿En qué momento sintieron que necesitaban convertirlo en palabras?
Yesica: No fue una decisión premeditada. Fue más bien una necesidad que se acumuló durante años. Esas miradas que incomodan, esos silencios cargados de juicio, empezaron a pesar. Y cuando algo pesa tanto, una de dos: o te hunde o lo transformas. Escribirlo fue una forma de ponerlo afuera, de darle un nombre, un cuerpo, y quitarle un poco de poder sobre nosotras.
Angelica: A veces solo quieres existir sin sentirte observada como un objeto raro. La gente no sabe cuánto agota eso. El texto fue como abrir una ventana para respirar. Y escribirlo juntas fue la forma más honesta que encontramos de mostrarnos tal cual somos.
Entrevistador: El título ya es muy potente. ¿Cómo lo eligieron?
Yesica: Lo elegimos desde el cuerpo. Porque eso es lo que sentimos: que las miradas pueden pesar más que un grito. Más que una crítica directa. El título llegó cuando nos dimos cuenta de que no queríamos escribir sobre las miradas, sino sobre lo que nos hacían sentir. Y eso era: un peso constante.
Entrevistador: Angelica, las ilustraciones que acompañan este artículo parecen tener una voz propia. ¿Cómo fue tu proceso creativo?
Angelica: Muy visceral. No quise pensar demasiado. Dibujé lo que sentía. A veces solo eran trazos, sombras, ojos que no paraban de mirar. En otras, aparecíamos nosotras, pero más protegidas, con sombreros, con las manos cubriéndonos el rostro. Quería que cada ilustración dijera lo que no podíamos explicar con palabras. A veces el lápiz capta mejor la incomodidad que la frase más elaborada.
Entrevistador: ¿Cómo eligieron combinar la escritura con esas ilustraciones tan expresivas?
Yesica: Lo visual para nosotras es una extensión natural de lo que decimos. Y Angelica tiene esa capacidad de traducir lo interno en imágenes. Hay emociones que no se pueden escribir sin que se rompa algo, pero sí pueden dibujarse. Entonces lo hicimos en paralelo: yo escribía fragmentos, ella dibujaba lo que le resonaba, y así construimos una especie de espejo compartido.
Entrevistador: En la entrada también incluyen preguntas al lector y una sección de consejos. ¿Qué las motivó a abrir ese espacio de interacción?
Angelica: Sentíamos que no queríamos hablar solas. Que lo que decíamos tenía eco en muchas personas. Y si ese eco existe, había que escucharlo. Las preguntas son una invitación al diálogo, no para buscar respuestas perfectas, sino para abrir una conversación más sincera. Es nuestra forma de decir “te vemos” sin invadir, sin incomodar.
Yesica: Y los consejos no vienen desde la superioridad, sino desde la experiencia. Son cosas que nosotras mismas hemos tenido que aprender con el tiempo. No pretendemos dar lecciones, solo compartir lo que nos ha servido. A veces basta con saber que otra persona también ha sentido lo mismo para empezar a sanar.
Entrevistador: El texto tiene una fuerza emocional muy íntima. ¿Sintieron miedo al exponer tanto?
Yesica: Sí, por supuesto. Porque cada palabra que escribes te deja un poco al descubierto. Pero también creemos que la vulnerabilidad puede ser un acto de valentía. Y no queremos seguir fingiendo que no nos afecta. Este artículo fue un acto de verdad. Y cuando hay verdad, el miedo se vuelve más pequeño.
Entrevistador: ¿Qué esperan que despierte este texto en quienes lo lean?
Angelica: Que alguien se sienta comprendido. Que alguien diga: “eso también me pasa a mí”. No escribimos para convencer a nadie, sino para abrazar a quien necesite sentirse menos sola. Si el texto logra eso, ya cumplió su propósito.
Entrevistador: ¿Cuál es el siguiente paso para ustedes con este trabajo?
Yesica: Nos gustaría llevarlo a más espacios: quizás convertirlo en una publicación ilustrada, un pequeño libro o una serie de piezas visuales. También hemos pensado en una exposición íntima donde texto e imagen dialoguen en voz baja, como lo hacen entre nosotras.
Angelica: Queremos que el mensaje siga creciendo sin perder su esencia. Si llega a alguien más, o a muchas personas, que sea desde la honestidad. No nos interesa la viralidad, nos interesa la conexión.
Entrevistador: Y para cerrar… si pudieran resumir el corazón de este artículo en una sola frase, ¿cuál sería?
Yesica: No queremos desaparecer; solo queremos existir sin sentirnos invadidas.
Angelica: No somos el espectáculo de nadie. Somos personas. Y eso debería bastar.
Este texto no nació para complacer. Nació porque dolía. Porque cada mirada que nos incomodó dejó una marca, y cada vez que bajamos la cabeza, una parte de nosotras quiso decir algo pero no supo cómo.
Escribirlo fue también un modo de resistir, de hablar sin pedir permiso, de mostrar esa parte que muchas veces se calla porque no encaja. Sabemos que hay quienes nos entienden, aunque nunca nos hayan visto. Sabemos que en algún lugar, alguien más ha sentido ese deseo de desaparecer por un instante, solo para poder respirar sin ser medida.
Si algo de todo esto tocó una fibra tuya, entonces esta entrada ya cumplió su propósito.
Aquí seguimos. Con voz. Con tinta. Con dibujos que también hablan. Y con la certeza de que lo que compartimos no es debilidad, sino forma de hacernos fuertes en comunidad.
P.D. : Recuerda siempre que tu valor no depende de la percepción de los demás.
No estás sola.
Y aunque a veces el mundo parezca no tener espacio para quienes se sienten fuera de lugar, recuerda que también hay rincones hechos a nuestra medida.
Gracias por quedarte hasta aquí. Gracias por leernos. Y sobre todo, gracias por sentir.
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cooomooo me dan raaaaabia 😡 loolos quiero gacen eso entiendo muy especial ese momentos incooomodo de feas mirada mamonaaaaas. Animo nena buena mensaje bonita dibujas bien felicito tu gen talento compatie tus imagen
Gracias nenaaa por tus palabras, me entiendes perfecto. Esas miradas feas no importan, lo que cuenta es seguir compartiendo con amor lo que me nace. Me alegra mucho que te guste lo que hago y sentir tu apoyo, eso me da mas animo para seguir creando.