Un Paseo Invernal y la Autenticidad como Refugio
Hace unos días, Angelica y yo hablábamos —como solemos hacer— sobre esos recuerdos que regresan sin previo aviso. Era una de esas conversaciones que se deslizan suavemente desde el presente hacia la memoria, como si nuestras palabras abrieran una grieta por donde se escapa el tiempo.
—¿Te acuerdas de aquella tarde invernal? —me dijo ella, mirando al vacío con una sonrisa nostálgica.
Asentí sin decir nada. No necesitábamos demasiadas palabras para entendernos.
Esa tarde la ciudad se veía distinta. El sol se escondía temprano, tiñendo el cielo de tonos fríos: azules pálidos y rosados que parecían derretirse sobre los edificios. Salí de casa sin rumbo fijo, solo con la necesidad de respirar. A veces, eso basta: el simple hecho de inhalar el aire helado puede calmar el alma más agitada.
Caminaba sin prisa, sintiendo el crujido del hielo bajo mis botas. Las luces de los postes se reflejaban en los charcos, convirtiendo las calles en espejos fragmentados de una ciudad que parecía ajena y familiar al mismo tiempo.

En ese paseo silencioso, me sentí parte de algo más grande. No era solo yo contra el mundo; era yo siendo mundo. Y en esa tarde congelada, recordé quién soy.
Angelica y yo somos mestizas. No solo por herencia, sino por esencia. Nuestra historia está marcada por miradas torcidas, por comentarios que intentaron encasillarnos. A menudo nos decían que no éramos “suficientemente esto” o “demasiado aquello”. Pero aprendimos a no necesitar aprobación.
Nuestros rizos, rebeldes y vivos, fueron durante mucho tiempo blanco de burlas. Más de una vez quisimos esconderlos bajo gorros o alisarlos hasta borrar lo que eran. Pero un día decidimos que no. Que cada rizo es una declaración de identidad, una espiral que guarda en su forma la historia de nuestras raíces. Y así, lo que fue motivo de vergüenza, se convirtió en corona.
No fue fácil. Lo diferente incomoda. Nos llamaban “raras”, “intensas”, “fuera de lugar”. Pero elegimos quedarnos donde nos sentíamos más completas: en nosotras mismas. Decidimos que era preferible nadar contra la corriente antes que naufragar en la mediocridad de encajar.
Esa tarde, al caminar entre desconocidos, me di cuenta de lo fácil que es perderse en el bullicio, de volverse sombra entre sombras. Pero también supe, con una certeza casi física, que no estaba dispuesta a ser espectadora de mi vida. Me detuve frente a una panadería, con el vaho escapando de mi boca, y me prometí algo: nunca más apagarme para encajar.
Desde entonces, elijo cada día vivir con autenticidad. Seguir el ejemplo de quienes rompen moldes, de quienes hacen de su vulnerabilidad una fortaleza. Porque la autenticidad no es una moda; es un acto de coraje.
Mi singularidad es mi fuerza, mi aporte al mundo. Y como la ciudad, que necesita de luces y sombras para brillar, comprendí que nuestras diferencias no son fallas: son los matices que nos hacen únicos.
¿Y tú, en qué momento decidiste abrazar tu autenticidad?
¿Alguna vez caminaste por tu ciudad y sentiste que todo se alineaba para recordarte quién eres realmente?
Angelica y yo enfrentamos el juicio por nuestras raíces y nuestra apariencia. ¿Te ha pasado lo mismo? ¿Has sentido el peso de no encajar, de tener que explicar tu identidad?
Nuestros cabellos rizados, antes motivo de inseguridad, hoy son símbolo de libertad. ¿Has aprendido tú también a amar aquello que una vez te hicieron rechazar?


Ahora nuestra charla: respondiendo a esta serie de preguntas con consejos que les compartimos
1. ¿Por qué decidieron hablar de esa tarde invernal en particular?
Yesica: Porque hay recuerdos que no solo se quedan en la mente, sino que se incrustan en el alma. Esa tarde fue especial porque nos hizo detenernos en medio del ruido y sentir. A veces, cuando la vida se vuelve abrumadora, el frío, el silencio de una ciudad al atardecer y un simple paseo pueden volverse un refugio. Fue una forma de volver a nosotras, de reencontrarnos con lo que somos cuando nadie nos observa.
Angélica: Exactamente. No fue un momento espectacular en lo externo, pero sí lo fue por lo que despertó dentro de nosotras. Esos días en que el aire te golpea suave pero firme y te obliga a mirar hacia adentro… no se olvidan. Por eso elegimos contarlo, porque creemos que hay muchas personas que han sentido eso sin saber cómo ponerlo en palabras.
2. ¿Qué consejo le darían a alguien que siente que no encaja por su herencia o apariencia?
Angélica: Lo primero que queremos decirte es: no estás solo. Lo que te hace diferente no es una debilidad, es una parte sagrada de ti. Y aunque a veces duele no encajar, créenos, forzarte a ser quien no eres duele mucho más.
Yesica: Nosotras también tuvimos que pasar por eso: miradas incómodas, comentarios hirientes, gente queriendo definirnos por su miedo o ignorancia. Pero entendimos que la herencia que llevamos es un regalo, no un error. Así que nuestro consejo es este: honra tus raíces, defiéndelas, apréndelas. Que nunca te hagan sentir que debes esconderlas para ser aceptado. Tu historia merece ser contada con orgullo.
3. ¿Cómo aprendieron a amar sus rizos, que antes eran motivo de burlas?
Yesica: Fue un proceso, no pasó de un día para otro. Al principio, intentábamos domarlos, esconderlos, incluso alisarlos para “verse bien” según lo que otros consideraban bello. Pero un día, nos dimos cuenta de que estábamos apagando una parte de nosotras.
Angélica: Entonces comenzamos a investigar, a conocer el tipo de cabello que tenemos, a nutrirlo, a observarlo con otros ojos. Dejamos de verlo como un problema y empezamos a verlo como arte. Esos rizos rebeldes que antes nos avergonzaban se transformaron en un acto de amor propio, en una manera de decir: “Así soy, y me elijo”.
4. ¿Qué hacer cuando la autenticidad incomoda a otros?
Angélica: Primero, entender que no es tu responsabilidad suavizar tu luz para que otros no se sientan incómodos. La autenticidad, cuando es genuina, puede remover estructuras, hacer ruido. Y eso está bien.
Yesica: Lo importante es que no te hagas pequeña para acomodarte a las expectativas de los demás. Hay personas que se sentirán desafiadas por tu forma de vivir con verdad, y otras que te admirarán por ello. Quédate con estas últimas. La autenticidad incomoda a quienes aún no se atreven a vivirla. Sé ejemplo, no sombra.
5. ¿Cómo enfrentar los estándares de belleza impuestos?
Yesica: Lo primero es reconocer que esos estándares cambian constantemente y no son reales. Son construcciones sociales que han sido impuestas para controlar, vender o manipular. No podemos permitir que definan nuestro valor.
Angélica: Hay que hacer un trabajo consciente de desaprender. De mirar al espejo y aprender a ver con tus propios ojos, no con los ojos que la sociedad te enseñó. Cuidarte, sí, pero desde el amor, no desde la culpa o la comparación. La belleza más duradera es la que nace del respeto propio.

6. ¿Qué significa para ustedes vivir con autenticidad?
Angélica: Para mí, autenticidad es no disfrazarme para encajar. Es poder reír, llorar, crear y ser sin sentir que debo pedir permiso. Es no editar mi personalidad para complacer.
Yesica: Es una elección diaria. Vivir con autenticidad también es incómodo a veces, porque implica cuestionar todo: las normas, las expectativas, incluso a una misma. Pero es el único camino que me hace sentir completa. No quiero vivir a medias, quiero vivir en verdad.
7. ¿Han tenido una epifanía que cambió su manera de vivir?
Yesica: Sí. Aquella tarde invernal fue una. Mientras caminaba sola, con las manos frías en los bolsillos y el corazón más frío aún, me di cuenta de que me había acostumbrado a no sentir. A dejarme llevar. Pero algo en el cielo, en los colores de ese atardecer, me recordó que estaba viva y que tenía el poder de decidir.
Angélica: La mía fue más íntima, pero igual de poderosa. Una tarde cualquiera, mientras me peinaba frente al espejo, me detuve. Me miré con detenimiento y por primera vez no quise cambiar nada. Me sentí suficiente. Y ese fue el inicio de todo: quererme tal como soy.
8. ¿Qué consejo le darían a quienes se sienten juzgados dentro de su propia familia?
Angélica: A veces, las heridas más profundas vienen de quienes más deberían cuidarnos. No tienes que quedarte donde no te respetan, incluso si ese lugar se llama “familia”.
Yesica: Buscar tu paz no es traición, es supervivencia emocional. Si tu entorno te apaga, te minimiza o te juzga constantemente, tienes derecho a poner límites. A veces, el camino hacia ti misma empieza justo donde decides dejar de justificar a quienes te hieren. Y sí, puedes crear tu propia familia, una elegida, que te valore por lo que eres.
9. ¿Qué las hace únicas y cómo han aprendido a abrazarlo?
Yesica: Nos hace únicas nuestra mezcla, nuestras cicatrices, nuestra manera de transformar dolor en arte. Hemos aprendido que no necesitamos pedir permiso para ser.
Angélica: Lo que antes veíamos como defectos, ahora lo vemos como lo más valioso que tenemos. Ser diferentes no solo nos permite crear desde otro lugar, sino también conectar con quienes también han sentido que no encajan. Abrazar nuestra autenticidad ha sido nuestra forma de sanar y también de inspirar.
Lo que nos hace distintas, nos hace fuertes
Al final de todo, esta historia no es solo nuestra. Es también la tuya, la de todos los que alguna vez se sintieron fuera de lugar por ser quienes son. Caminamos aquella tarde invernal como tantas veces lo hicimos en la vida: con dudas, con heridas, con recuerdos que aún duelen… pero también con el corazón dispuesto a transformarlo todo en algo bello.
Ser auténticas no ha sido un camino fácil, pero sí uno profundamente necesario. Cada paso nos acercó más a nuestra verdad, y entendimos que la belleza real no se ajusta a moldes; florece desde la raíz de lo verdadero, de lo imperfecto, de lo propio.
Hoy, queremos invitarte a mirar con otros ojos tu historia, tus diferencias, tus cicatrices. No estás solo. Hay una comunidad que celebra lo que te hace único, que entiende tu lucha, que camina contigo.
Nosotras seguimos caminando también, soñando, creando, compartiendo. Y si algo hemos aprendido, es que no hay mayor acto de valentía que vivir sin renunciar a uno mismo.
Gracias por leernos, por permitirnos compartir este trozo de nuestras vidas contigo.
Ojalá nuestras palabras hayan tocado algo en ti.
Y si alguna vez sientes frío, recuerda: incluso en las noches más heladas, el fuego de tu autenticidad puede encender un mundo entero.

Creemos que compartir es sanar. Por eso, queremos leerte:
- ¿Qué significa para ti la autenticidad?
- ¿Has tenido un momento de epifanía que te cambió?
- ¿Cuál es ese rasgo que te hace único y que has aprendido a abrazar?
Déjanos tu historia en los comentarios. Construyamos una comunidad donde la diferencia sea aplaudida, no corregida.
Y si esta historia resonó contigo, hay muchas más que deseamos compartir. Haz clic aquí para seguir explorando este viaje de autoexploración y coraje.
Gracias por leernos. Por estar. Por ser tú.
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